¿Se deben sacar las manchas de vino de la mesa? Cuando se derrama el vino la reacción inmediata es limpiar. ¿Pero la felicidad puede sufrir este paréntesis, donde nos apresuramos a limpiar?
¿Por qué limpiar? Me pregunto, al ver gotas de vino derramadas en la mesa de la cocina. Las manchas tienen mala fama, pero sobre todo una roja, que tiene tradición de no salir con nada.
Si pudiera volver el tiempo atrás, no limpiaría al instante el vino que se derramó en el mantel, no me lamentaría la vez que la botella se volcó en la mesa.
Una botella y una copa de vino, ya sea en la tristeza o en una celebración, no pasan inadvertidas. En la pena, ese vino significó que aunque la pena fuese amarga, deseábamos beber, para embalsamar la angustia. Que a pesar del desaliento, aún quedaba un resabio de optimismo. La fuerza para deslizar los labios en el borde de una copa aún estaban. Aún existía ese sueño de teñir de morado la ilusión.
La pena que proviene como borbotones desde el pecho deja inmóvil. Dicen que no hay nada más paralizante que una gran pena de amor; ni la muerte la iguala. La fe en el amor muere, con una negativa, el amor por el mundo también se diluye.
¿Por qué los jóvenes sufren con tanto dolor, cuando una historia de amor muere? Porque es la primera vez que dejan de ver el mundo en blanco y negro. Los sueños que alguna vez tenían los empiezan a teñir de amarillo. Y de un golpe se desvanecen los colores, así como si nada.
Se precipita el final de las secuencias mentales; los miles de finales felices sólo eran obras de arte: recolección de la memoria, que recogió escenas históricas. La historia de amor más potente está en la imaginación. Porque ahí no existe rutina, no existen los dolores. Existen los cuerpos sin pecas, los brazos sin marcas, la risa y la satisfacción después de amar. Hasta se olvida esa secuencia de pararse de la cama, caminar en puntillas hacia el baño y volver sigilosamente a recostarse.
Los amantes sólo reciben primeros planos horizontales. Sus olores, su fragilidad, sólo se soportan en su habitación. Sólo una ventana puede convertirse en un espejo para el mundo.
¿Y qué hacen los amantes? Beben y no importa que se tiñan las sábanas. No importa tampoco que los sudores de otros amantes hayan quedado como recuerdo en partículas, conviven con los recuerdos aromáticos ajenos sin cuestionarse.
Vino y sudor; no importa su procedencia, se perdonan. Flotan en armonía sin cuestionamiento.
Cuando el amor se apacigua, todo duerme. El olor del alcohol, los aromas de las sábanas y luego todo es tan rápido al despertar, que los olores y las manchas se olvidan al cerrar la puerta. Hasta la llegada de los próximos amantes.
Mariela López Medrano – Periodista