En un país donde la corrupción amenaza con socavar la confianza pública y erosionar la integridad de las instituciones democráticas, los casos recientes de Cathy Barriga y Daniel Jadue han captado la atención de la ciudadanía chilena. Ambos enfrentan graves acusaciones que incluyen falsificación de instrumento público y fraude al Fisco en el caso de Barriga, y administración desleal, estafa, cohecho, y fraude al Fisco en el caso de Jadue. Sin embargo, las diferencias en las medidas cautelares impuestas a cada uno han generado un debate crítico sobre la equidad y la severidad del sistema judicial chileno.
Cathy Barriga, conocida por su pasado como modelo y figura de televisión antes de convertirse en alcaldesa de Maipú, fue formalizada por delitos reiterados y se le ordenó arresto domiciliario total. En contraste, Daniel Jadue, quien fue presidente de la Asociación Chilena de Municipalidades con Farmacias Populares (Achifarp), fue detenido con prisión preventiva. Esta disparidad en las medidas cautelares impuestas a dos figuras políticas de alto perfil ha suscitado preguntas incómodas sobre la coherencia y la justicia del sistema legal chileno.
La prisión preventiva, que debería ser la norma mínima para cualquier funcionario público acusado de corrupción, es una herramienta esencial para garantizar que los acusados no interfieran con la investigación, no se fuguen y no sigan perjudicando a la sociedad. Sin embargo, la decisión de imponer arresto domiciliario total a Barriga y prisión preventiva a Jadue plantea serios interrogantes. ¿Están los jueces aplicando criterios uniformes? ¿Se está enviando el mensaje adecuado a la sociedad sobre la intolerancia a la corrupción?
La justicia no solo debe ser imparcial, sino también percibida como tal por la ciudadanía. Cuando las decisiones judiciales parecen inconsistentes o indulgentes, especialmente en casos de corrupción que involucran a altos funcionarios, la percepción pública de impunidad puede aumentar. La confianza en las instituciones democráticas se erosiona y se alimenta el cinismo ciudadano.
Chile necesita un enfoque más homogéneo y severo para enfrentar la corrupción. La corrupción no es un delito menor; es un asalto a la confianza pública y al tejido mismo de la democracia. Los funcionarios públicos, como representantes y servidores del pueblo, deben ser sujetos a los más altos estándares de conducta y responsabilidad. La aplicación uniforme de medidas cautelares estrictas, como la prisión preventiva, debe ser un estándar en los casos de corrupción para subrayar la seriedad con la que se trata este flagelo.
Es imperativo que la justicia chilena reevalúe su enfoque hacia los delitos de corrupción. Las medidas cautelares deben ser coherentes y rigurosas, garantizando que ningún funcionario público, sin importar su influencia o antecedentes, reciba un trato preferencial. Solo entonces se podrá restaurar la fe pública en las instituciones y asegurar que la corrupción sea tratada con la severidad que merece.
La lucha contra la corrupción en Chile requiere un compromiso inquebrantable y acciones decisivas. La aplicación equitativa y estricta de las medidas cautelares es un paso crucial en este camino. La justicia debe ser ciega a la fama y la influencia, y firme en su propósito de proteger los intereses de la nación.
Una columna de Héctor Zuñiga Gajardo – Consejero Evopoli Los Lagos