23 de Diciembre del 2025.- Todo en el mismo ambiente con olores, colores, sabores y sonidos específicos. Originalmente, los seres humanos crearon los rituales como una forma colectiva de corregulación emocional ante los cambios naturales inminentes causantes de miedo y ansiedad, como la muerte, el invierno, las lluvias, la caza, etc., todos fenómenos ajenos a nuestro control.
Compartir un ritmo temporal común entre la naturaleza y el grupo, da un sentido de identificación con la vida; compartimos los ciclos de la vida, porque somos parte del fenómeno vital. Y es que los rituales responden a una necesidad biológica de dar un sentido, un significado, una explicación simbólica. A nivel neurobiológico, la repetición y predictibilidad de los rituales significativos compartidos dan seguridad, certezas y calma al cerebro, que a su vez nos recompensa con oxitocina y dopamina. La realización simultánea de acciones cotidianas compartidas, como preparar alimentos, cantar juntos, adornar el árbol o envolver regalos, favorece la corregulación emocional, sin siquiera la necesidad de hablar. Volver a los rituales nos entrega la oportunidad de participar de un sentido compartido de la existencia, en el aquí y ahora.
Sin embargo, la literatura indica que, mientras algunas personas resignifican estas fechas mediante rituales alternativos y vínculos cercanos, otras las viven como recordatorios dolorosos de pérdidas o distancias. Estudios sobre apego muestran que las interacciones afectivas activan circuitos cerebrales de recompensa y seguridad, aunque estas respuestas dependen de la historia vincular: los vínculos seguros favorecen el descanso emocional, mientras que el apego inseguro puede volver estas experiencias ambivalentes o estresantes.
Y es que la Navidad puede ser un periodo de estrés sostenido: expectativas familiares difíciles de cumplir, demandas económicas y reencuentros que no siempre son armoniosos. La presión por ‘sentirse feliz’ puede generar frustración, irritabilidad o cansancio emocional. Las normas culturales, centradas en la familia y la celebración colectiva, hacen que la soledad se sienta más intensa. Ahora bien ¿qué pasa con quienes viven estos tiempos ensoledad? Se pueden realizar acciones muy simples como salir a caminar, presenciar los pájaros, prender una vela y observarla, respirar profundamente, etc. El estar presentes, conectados con los estímulos sensoriales que ofrece el presente, favorece la función del ritual deteniendo el tiempo lineal.
Las fiestas de fin de año no son solo un evento cultural, sino también un fenómeno socioemocional y neurobiológico que activa nuestra necesidad de pertenecer. Observar esa necesidad nos permite vivirlas con menos presión y más conciencia. Entender este tiempo como una instancia para resignificar y reescribir las vivencias puede ser el primer paso para transformar estas celebraciones en experiencias más humanas, más inclusivas y amables, como una valiosa oportunidad para conectar y habitar.
Felipe Marín Álvarez, Dpto. Matemáticas, UNAB
Consuelo Guevara Ihl, Terapia Ocupacional, U. de Chile











