02 de Noviembre del 2025.- En un programa del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) llamado “La voz de los niños”, cuando los expertos del programa les preguntaban a los menores acerca de cuál era su mayor preocupación, la respuesta más frecuente era: “Que mis papás se peleen y que me reten”.
Si bien, las discusiones forman parte de la vida en pareja y resulta casi imposible erradicarlas del todo, lo cierto es que cuando estos conflictos no se enfrentan con mesura, pueden tener efectos muy nocivos en los niños.
En todo el mundo, alrededor del 50% de los menores señalan la presencia de conductas violentas o agresivas en su hogar, y las consecuencias de perder el control no son pocas, ya que los estudios indican que discutir de manera violenta ante los hijos daña su desarrollo emocional y, además, afecta su desempeño escolar en el colegio.
Un grupo de expertos de la Universidad de Cardiff, Reino Unido, dirigido por el Dr. Gordon Harold, realizó un seguimiento durante tres años a más de 500 familias inglesas. Entre sus principales conclusiones destaca el hecho que “cuando los niños se sienten amenazados a nivel emocional, tienden a sufrir síntomas tales como depresión, ansiedad y hostilidad”, donde la reacción puede ser la de “retraerse, o bien, volverse agresivos e intolerantes”.
Lo anterior, afecta las relaciones sociales del menor, ya sea con sus pares o con sus profesores, situación que puede limitar severamente su potencial académico, ya que “cualquier desacuerdo con sus compañeros de colegio o con sus profesores, es mal tolerado por estos niños”. Para los investigadores la clave de todo el asunto no reside en desterrar las discusiones, sino que en cómo se las puede utilizar positivamente para que los niños aprendan a manejar y resolver sus conflictos de una mejor forma.
La razón para prestar atención a este tema, es muy simple: en función de los datos que entrega este estudio “cualquiera que sea la intensidad de la disputa de la pareja, lo primero que causa en un niño es temor, estrés y sensación de abandono”. También puede suceder que su reacción sea identificarse con el progenitor más violento y agresivo y, luego, repetir el modelo, insultado a la madre, si ve que su padre lo hace. Al revés, también puede acontecer que el menor se sienta más afín con la persona más pasiva en la discusión y tienda a ser una persona tímida, temerosa y poco demandante.
Una tercera reacción, es que sienta que el motivo de la pelea es él, en función de lo cual, tenderá a experimentar mucha culpa, dándose la posibilidad de que el menor busque desconectarse de las peleas y discusiones de sus padres, convirtiéndose en uno de esos niños que prefieren pasar el tiempo en casa de sus amigos, en lugar de estar en su propio hogar, y de que no quieran salir a veranear junto a sus padres.
Resulta importante destacar que los niños no sólo perciben las peleas cuando los padres alzan la voz y se gritan, sino que también cuando se producen insultos, descalificaciones y gestos agresivos, tal como cuando se escuchan portazos, el acto violento de golpear y patear las puertas o darse empujones entre la pareja.
En este sentido, los niños tienden a detectar muchas más cosas de las que los padres creen, ya que hay algunos papás que aseguran que sus hijos “no se dan cuenta de nada, porque ellos discuten a puerta cerrada”. Sin embargo, cuando se les pregunta a los menores, éstos no sólo señalan que saben que sus padres están discutiendo, sino que además, tienden a magnificar lo que sucede a puertas cerradas.
Con la finalidad de evitar y/o minimizar los daños emocionales, lo primero, es comenzar por dar el ejemplo a sus hijos de cómo enfrentar y resolver un conflicto de buena manera. Revisemos algunas de estas sugerencias:
- La pareja debe aprender a enfrentar un conflicto de manera sana, es decir, sin violencia verbal o física y en un clima de respeto mutuo, donde no se produzcan descalificaciones, insultos o agresiones, sino que se muestre disposición a escucharse mutuamente y negociar una solución o acuerdo que satisfaga a ambas partes.
- Evitar los exabruptos o la pérdida del autocontrol durante una discusión frente a los niños. Si eso ocurriera, los padres deben buscar la manera de tranquilizar a los niños, haciéndoles entender que resulta inevitable que las personas tengan, en ocasiones, puntos de vista diferentes, pero que eso no significa nada malo y que nada negativo ocurrirá como resultado de esas diferencias.
- No involucrar a los hijos en la disputa parental y evitar que ellos tomen partido por alguno de los padres. Esto ayuda a que no los imiten o que adopten conductas agresivas como resultado de haber estado expuestos a las peleas.
- Los niños deben ver a sus padres enfrentar sanamente sus puntos de vista, por cuanto, esto repercute positivamente en que los hijos aprenden que no hay que temerle a los conflictos, así como también a valorar las diferencias de opinión y saber escuchar con atención y respeto a los demás.
El daño emocional que provocan las peleas de los padres se refleja en la autoestima de los menores, ya que esto afecta: (a) su relación consigo mismo y con los demás, (b) su rendimiento escolar, (c) su capacidad de atención y concentración. También puede pasar que los niños quieran escaparse del hogar, o bien, encerrarse en su pieza y dar gritos de desahogo por la impotencia que sienten o, incluso, querer golpear a los padres a causa de la experiencia que están viviendo y que no saben cómo canalizar.
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)










