14 de Agosto del 2025.- La sustentabilidad puede considerarse un concepto clave en la actualidad, ya que invita a pensar en cómo satisfacer nuestras múltiples necesidades humanas sin comprometer las posibilidades de que las futuras generaciones hagan lo mismo. No se trata de un desafío menor, sobre todo si consideramos que las personas actuamos en función de diversos objetivos que se alinean con aquello a lo que otorgamos valor, con lo que consideramos importante.
Definir qué es lo importante parece ser, precisamente, el problema. Gracias a la complejidad del lenguaje y nuestra capacidad para establecer múltiples relaciones entre eventos y experiencias, hemos organizado nuestra sociedad en torno a una permanente búsqueda de felicidad basada en la inmediatez del consumo, la posibilidad de desperdiciar y la adquisición de objetos por el estatus que representan más que por su utilidad. Autores como Baudrillard o Bauman han descrito este fenómeno con agudeza. Sin embargo, esta forma de satisfacción es efímera: pronto nos adaptamos a cualquier nueva condición, iniciando así una espiral ascendente en la búsqueda de nuevos estímulos, sin considerar si esa búsqueda contribuye realmente a nuestro bienestar o al de otros, aquí o en el futuro. En otras palabras, nuestra forma actual de organizarnos parece estar en tensión —cuando no en contradicción— con los principios de la sustentabilidad.
Cambiar esta mirada no es tarea sencilla. Implica considerar no solo la disponibilidad de recursos naturales, sino también factores económicos y, especialmente, la gobernanza social. Por tratarse de un fenómeno complejo, no admite soluciones unilaterales ni la imposición de visiones parciales del mundo —tan tentadoras en los tiempos que corren— sino que exige el encuentro con otros y una reflexión colectiva sobre aquello que valoramos.
Es justamente en ese encuentro con otros donde podemos compartir opiniones y visibilizar hechos que, desde nuestra historia de vida, consideramos importantes. Pero también es ahí donde debemos estar dispuestos a escuchar activamente lo que para otros es relevante. Aunque difícil —porque tendemos a ignorar la información que no sintoniza con nuestras creencias— este ejercicio dialógico resulta fundamental.
El encuentro con otros, además, permite construir consensos sobre lo verdaderamente importante y común para las personas, algo que puede formularse en términos de valores fundamentales que guían nuestras acciones, aquello que da sentido a lo que hacemos o dejamos de hacer. Desde la psicología, esta es una pregunta central que atraviesa nuestro quehacer en las diversas áreas en las que intervenimos. De hecho, autores como Maslow o Max-Neef han propuesto perspectivas útiles para abordarla. Este último, por ejemplo, identifica necesidades como la subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad.
Resulta llamativo que aquello que realmente importa se aleja de la lógica del consumo inmediato y de la felicidad fugaz. Tal vez, actuar en coherencia con lo que valoramos —de forma reflexiva y en diálogo con otros— sea el camino para satisfacer nuestras diversas necesidades sin poner en riesgo las posibilidades de nuestros hijos y nietos de hacer lo mismo.
Felipe Rivera Hernández, jefe de carrera Psicología jornada diurna de la Universidad Santo Tomás Puerto Montt.