11 de Mayo del 2025.- “Vemos… lo que queremos ver”. Así como los seres humanos tenemos una memoria de tipo selectiva, tenemos, asimismo, una “visión de tipo selectiva”, a raíz de lo cual, cerramos los ojos de manera voluntaria ante realidades que no queremos ver, o con las cuales no deseamos ser confrontados. En este sentido, la pregunta que da origen a este escrito, es sólo de tipo retórico, ya que todos sabemos la respuesta, y ésta es un rotundo “SÍ”: sólo vemos la punta del iceberg de todo lo relacionado con el maltrato infantil.
La cruda realidad indica, que muchos niños y niñas sufren violencia –muchas veces en grado extremo– en sus hogares, en las escuelas, en las comunidades, así como al interior de las instituciones que, supuestamente, deben cuidarlos. La materia de lo que aquí se discute hay que centrarla en el lugar donde estos niños y niñas sufren la violencia, y esto, por una razón muy simple: los “menores viven el maltrato en aquellos lugares y espacios que, se supone, debieran servir de resguardo, de tranquilidad y protección de estos niños”. Por lo tanto, esta realidad resulta ser la contradicción más grande de todas: tener que vivir la violencia y/o el maltrato en lugares y espacios que tienen la misión y el deber de cuidar y estimular el desarrollo integral de los niños, por cuanto, “una cosa es corregir las conductas y actitudes inapropiadas de los menores, pero otra cosa muy distinta es el abuso, las golpizas y las torturas a estos menores”.
El uso de la violencia y del maltrato psicológico y físico con carácter severo por parte de la familia e instituciones gubernamentales es una de las formas más habituales de trato impropio que viven los niños(as) de un país y, con demasiada frecuencia, este maltrato se vincula con diversos otros tipos de violencia que se produce y se ejerce en diversos niveles de la sociedad e instituciones sociales.
En otras palabras: día tras día, nos encontramos con un cuadro lleno de múltiples formas y variantes de agresión, “sea ésta de tipo física o psicológica, sea de tipo hostil o instrumental”. Con respecto a estos dos últimos conceptos, señalemos brevemente, que la agresión hostil surge como consecuencia de la explosión de ira y de enojo que experimenta una determinada persona y se ejecuta como un fin en sí mismo. A este tipo de agresión se la llama también “agresión de tipo afectiva o emocional” y lleva en sí misma la semilla de la falta de autocontrol de impulsos: es la que conduce a los homicidios, y la excusa que se usa para explicar lo sucedido, es siempre la misma: “No le quise pegar”, “No la(o) quise matar”.
La agresión instrumental, en cambio, se “utiliza de forma consciente para lastimar a otros y como un medio para lograr algún fin u objetivo”: es aquella que puede conducir a los asesinatos con premeditación y alevosía. La diferencia semántica entre homicidio y asesinato –y los consiguientes castigos penales como consecuencia del acto de agresión–, es que en el primer caso, no concurren las circunstancias de alevosía, ensañamiento o pago a un sicario para llevar a cabo el acto de violencia. Por lo tanto, si estamos dispuestos a confrontar la realidad, la pregunta que debemos hacernos, es ¿cuál de todas las formas de agresión y violencia usamos cada uno de nosotros?
La Convención de los Derechos del Niño define al maltrato infantil como “toda violencia, perjuicio o abuso físico, mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de sus padres, de un tutor o de cualquiera otra persona que le tenga a su cargo”. La UNICEF estima que sólo en América Latina existen alrededor de 6 millones de niños y niñas maltratados severamente, de los cuales existe una cifra negra que indica que “unos 85 mil de estos menores mueren cada año como consecuencia de la violencia ejercida en contra de ellos”.
Uno de los graves problemas relacionado con el uso de la violencia –sea ésta doméstica, social o institucional–, radica en los elevados niveles de dependencia de los niños en relación con los adultos o con las instituciones que los están agrediendo, condición que los deja en una situación de total vulnerabilidad e indefensión ante los agresores.
Un estudio realizado por la UNICEF en nuestro país hace un tiempo atrás dejó en evidencia una realidad que puede resultar abrumadora para algunas personas y que causó mucha alarma entre los expertos: sólo un 24,7% de los niños encuestados señaló no sufrir ningún tipo de violencia al interior de sus hogares. Lo anterior, entrega un dato que no puede menos que gatillar las alarmas fuertemente: “tres de cada cuatro niños fueron –de una u otra forma– maltratados”. Al desglosar las cifras de la UNICEF, se descubre que:
- El 21,4% de los menores experimentan violencia psicológica: el papá o la mamá le dice al niño/a que no lo quiere, lo insulta, le dice garabatos, lo denigra o se burla del menor ante terceros, lo amenaza con golpearlo o tirarle algún objeto, etc.
- El 27,9% señala ser objeto de violencia física leve: tirones de pelo (ser mechoneado), sufrir tirones de orejas, ser empujado o zamarreado con fuerza, ser cacheteado o recibir palmadas, ser pateado o mordido por el adulto.
- El 25,9% indica ser objeto de violencia física severa: su cuerpo es quemado con algún objeto (cigarrillo, plancha, objeto caliente, etc.), es golpeado con elementos contundentes, es objeto de fuertes golpizas, es amenazado con cuchillos o armas, es agredido físicamente con cuchillos.
Algunas investigaciones han puesto en evidencia que el uso de la agresión y de la violencia colectiva también puede ser un medio para conseguir ciertas recompensas de tipo retorcido: descargar la rabia e ira acumulada contra aquellas personas más débiles y que no se pueden defender, obtener placer dañando a otros, obtener cosas que de otra forma no se podrían conseguir –sexo, dinero, joyas, objetos de valor, posiciones de poder–, tener una excusa para imponer regímenes autoritarios, permitir y utilizar la violencia como plataforma electoral para llegar al poder, etc.
Sea cual sea la razón de fondo, ninguna de ellas es una “forma decente y apropiada de proceder”, razón por la cual, ya es tiempo, que las autoridades e instituciones responsables del bienestar de la población despierten de su eterno letargo e indiferencia y tomen las medidas necesarias para frenar esta escalada de violencia, sea que hablemos de maltrato infantil, de violencia intrafamiliar, violencia en los estadios, violencia en las calles y así sucesivamente, en un cuento de nunca acabar.
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl – Conferencista, escritor e investigador (PUC)