El cáncer es un problema que se origina a nivel celular, donde, en condiciones controladas, el crecimiento de las células está bajo un control preciso. Sin embargo, cuando ese control se pierde, las células malignas se multiplican sin freno, formando tumores que pueden invadir tejidos cercanos y propagarse a otras partes del cuerpo a través de la metástasis.
Aunque se han logrado avances significativos en su lucha, estamos lejos de alcanzar una «cura». Los tratamientos actuales, si bien efectivos en ciertos casos, siguen fallando ante tumores agresivos o en etapas avanzadas de la enfermedad. Resulta por ende crucial profundizar nuestro conocimiento sobre las diferencias entre las células normales y malignas, y las células propias del nicho tumoral, todo con el fin de identificar formas más eficaces de atacarlas, minimizando el daño a las células sanas y daños colaterales.
En este contexto, los científicos especializados en biología celular son fundamentales para comprender los mecanismos que permiten el crecimiento descontrolado de las células malignas. Sin su aporte, el desarrollo de nuevas terapias dirigidas sería muy limitado. Sin embargo, uno de los grandes desafíos que enfrentamos en Chile es la desconexión entre el mundo científico y el clínico. Esta falta de diálogo retrasa la implementación de los avances científicos en la práctica médica.
Para enfrentar este desafío, es imprescindible replantear la forma en que formamos a las nuevas generaciones de especialistas. Tanto los científicos como los clínicos deben recibir una formación que fomente la colaboración y el intercambio de conocimientos. No podemos permitir que estos dos mundos trabajen por carriles separados. Es necesario crear espacios de formación conjunta, donde ambos campos dialoguen de manera natural desde los primeros años de su formación. Solo así podremos garantizar que los avances científicos se traduzcan en mejoras tangibles para los pacientes.
El Estado de Chile tiene allí un rol crucial. Es fundamental asignar fondos para proyectos que promuevan esta visión colaborativa y que valoren el conocimiento generado por las universidades y centros de investigación. Al mismo tiempo, debemos asegurar que las futuras generaciones de científicos y clínicos se formen en un entorno de cooperación y entendimiento mutuo.
Ciencia y medicina deben caminar de la mano si queremos enfrentar esta enfermedad de manera efectiva y brindar nuevas esperanzas a quienes luchan contra el cáncer. Solo con el apoyo adecuado y la integración de estos dos mundos podremos cambiar el panorama del cáncer en Chile y ofrecer mejores opciones de tratamiento a nuestra población.
Patricia Burgos Hitschfeld – Directora del Centro de Biología Celular y Biomedicina (Cebicem) – Universidad San Sebastián