Últimamente, se ha acentuado una patología social que afecta por igual a muchas familias de todos los estratos socioeconómicos y que se relaciona con aquellos niños(as) y adolescentes con características y rasgos de un “tirano” que se salen siempre con la suya, menores que nunca tuvieron límites o que raras veces recibieron castigos, y que regularmente tienen a unos padres complacientes y dispuestos a hacer cualquier cosa por ver a sus hijos felices, con el consiguiente peligro de perder el control sobre estos menores, especialmente, cuando los papás caen en la tentación de convertirse en “amigos(as)” de sus hijos, lo que tiene como resultado a adolescentes caprichosos e incapaces de tolerar la frustración.
De acuerdo con los expertos españoles en el tema Wenceslao Peñate, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad de La Laguna, Tenerife, Alberto López, Director del Centro Reeducativo de Menores “Pi Gros”, en Castellón y María González, terapeuta de la Clínica de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, algunas de las señales típicas del niño(a) maltratador son: (a) adoptar conductas desafiantes ante la autoridad, (b) tener mal rendimiento escolar, (c) presentar falta de control de impulsos, (d) practicar el bullying en contra de sus compañeros de colegio, (e) presentar un mal manejo de la frustración cuando no obtiene lo que quiere, (f) actuar con agresiones físicas y psicológicas, (g) caer en conductas como el hurto y robos, (h) incapacidad para aprender de los errores, (i) no manifestar arrepentimiento por los malos actos cometidos, (j) abusar de las mentiras.
Estas conductas, cuando son reiteradas en el tiempo, predicen la posibilidad de que un menor se convierta en un delincuente juvenil. Los especialistas hablan de la existencia del “síndrome del emperador”, es decir, de un tipo de menores que intentan controlar a sus padres por intermedio de sus constantes exigencias, arrebatos y pataletas –buscando satisfacer alguno de sus deseos, u obtener una ganancia de tipo material–, sin atender a las normas sociales establecidas, ni tampoco a algún tipo de límites.
Agreguemos también, que en algunos casos, estos menores se comportan de manera egoísta y violenta sólo con sus padres, y de forma sumisa en otros lugares y ambientes. En este sentido, los padres deben tener presente, que el “pequeño dictador se hace”, es decir, ante la pasividad parental, el menor avanza poco a poco en sus intentos por revertir el orden jerárquico de la familia, comienza a manipular y a chantajear a los padres, quienes, por su parte, dan su brazo a torcer una y otra vez, hasta que terminan por perder todo tipo de autoridad ante los ojos de estos pequeños tiranos. ¿Consecuencias de esta conducta pasiva y permisiva? Cuando estos niños crecen, los casos más graves pueden llegar a la agresión psicológica y física de los propios padres.
Cuando se hace una especie de radiografía de las variables socio-familiares que rodean al menor maltratador, en muchos casos se advierte que existe coincidencia en una serie de factores: presencia de padres sobre protectores, hogar con características disfuncionales (peleas recurrentes entre los padres o vivir una separación traumática, la que va acompañada de un sentimiento de abandono por parte de los hijos), ausencia de uno de los progenitores en la crianza de los menores, ausencia de una figura de autoridad, escasa aplicación de medidas disciplinarias por mala conducta, poca supervisión por parte de los padres en relación con aquello que hacen los hijos fuera del hogar, ceder con facilidad ante las exigencias y demandas del niño o del adolescente, escasez de tiempo en el cuidado de los hijos, la existencia de permisividad en un alto grado, tratar al hijo maltratador como si fuera un niño pequeño que no sabe lo que hace (hasta que ya es muy tarde).
De acuerdo con una serie de investigaciones realizadas, en muchos de estos niños y adolescentes existe una serie de rasgos distintivos que los caracterizan: (a) nulo reconocimiento de sus conductas erróneas, (b) no responden a las pautas educativas ni aprenden de los errores, (c) muestran una elevada focalización en metas de tipo egocéntrico, buscando y velando por su propio beneficio, sin atender a las necesidades de quienes lo rodean, (d) muestran un bajo nivel de empatía y dificultad para desarrollar algún sentimiento de culpa o de arrepentimiento por sus malas acciones, (e) presentan conductas habituales de desafío hacia sus padres, haciendo uso de mentiras a conveniencia, minimizando la gravedad de sus actos, (f) juegos donde los golpes de pies y manos suelen ir aumentando progresivamente en grado de violencia, (g) falta de educación emocional, lo que les impide mostrar compasión por el otro, sea esta persona el padre, la madre, un hermano(a) menor, (h) cuando hay trastornos psicológicos no muestran sentimientos de vinculación de tipo moral o emocional, ni con sus padres ni con otras personas.
Cuando algunos de estos rasgos se unen a una personalidad de tipo impulsiva, pueden llegar a conformar una carga explosiva que golpea directamente al núcleo más cercano del menor maltratador, siendo, en la mayoría de los casos, las madres de estos menores las víctimas del maltrato. Ahora bien, entre otras razones que también se dan para efectos de buscar explicar por qué motivo un hijo llega al maltrato de sus padres, se encuentran las siguientes: el abandono de las funciones familiares vinculadas al cuidado de los hijos, la existencia de malos hábitos familiares condicionados por la escasez de tiempo disponible y la consiguiente poca dedicación hacia los menores, la falta de elementos afectivos (expresiones físicas y verbales de cariño, afecto y amor).
Sin embargo, algunos especialistas aseguran que los aspectos ambientales o familiares que rodean al menor maltratador, no son suficientes para explicar el uso de la violencia en contra de los padres, y explican que dicha violencia requiere de alguna otra causa adicional para aflorar como una consecuencia, ya sea de un trastorno psicológico (trastorno disocial, trastorno negativista desafiante), de un deterioro a nivel biológico, o bien, como resultado de una falta de educación emocional que incluya ciertos valores primordiales, tales como el respeto, la disciplina, la compasión, la empatía, la solidaridad con el otro, entre otros factores. Ante esta realidad, surge la pregunta natural: ¿qué se puede hacer, entonces, para efectos de prevenir la violencia de los hijos hacia los padres desde que son pequeños?
1. Educación de las emociones: en línea con lo que señala el experto en Inteligencia Emocional, Daniel Goleman. Es preciso tener presente, que la “educación emocional”, a través de la cual desarrollamos la llamada “inteligencia emocional”, representa hoy en día la base fundacional para que los menores puedan convertirse en adultos maduros, autónomos, respetuosos y capaces. La disminución de la violencia en la sociedad, así como el incremento de la conducta altruista en las personas, están estrechamente relacionadas con el aprendizaje emocional, para lo cual, la clave es que el menor aprenda a gestionar sus emociones de una manera adecuada y controlada.
2. Enseñar a los niños la importancia del autocontrol de emociones negativas: rabia, ira, odio, frustración, etc., así como también la necesidad de aprender a reconocer los propios errores sin culpar a los demás. También es importante entregar a los menores herramientas y estrategias que les permitan a los hijos enfrentar y resolver conflictos de una manera adecuada y sin violencia de por medio.
3. Ayudar a mejorar y/o reforzar la autoestima de los menores: el hecho de tener una valoración positiva de sí mismo, les permitirá ser capaces de enfrentar las dificultades y obstáculos de la vida de un modo más positivo y decidido.
4. Explicar y razonar con los menores acerca de las implicaciones ético-morales que supone el llevar a cabo una mala acción: aun cuando pensemos que los niños puedan ser muy pequeños para que entiendan esto, los razonamientos van permeando su cerebro.
5. Hacer un rayado de cancha y establecer normas disciplinarias: padres que no fijan límites y que no son coherentes en el apego y respeto a las normas fijadas que debe mostrar el menor, terminan pagando un precio muy alto en cuanto al desgaste emocional posterior, así como al riesgo que se corre, de que el menor aprenda, que el hecho que saltarse las normas o romper las reglas establecidas no trae consigo ninguna consecuencia negativa. Por lo mismo, es preciso mantener una comunicación fluida con los menores, con el fin de poder explicarles de manera clara cuáles son sus deberes, así como el papel que los menores y los adultos juegan en las diversas tareas de la casa y que deben ser realizadas entre todos.
Finalmente, es preciso señalar, que de acuerdo con los expertos españoles Vicente Garrido, pedagogo, y Roberto Pereira, terapeuta, frente a un menor maltratador es preciso hacer una intervención de tipo integral, es decir, se debe trabajar en tres niveles, tanto con el menor como así también con los padres de este menor, con el objetivo de provocar un cambio de actitud: (a) a nivel cognitivo: desmotando los argumentos y justificaciones que entregan estos chicos ante sus acciones, o bien, ayudando a clarificar sus ideas y pensamientos, (b) a nivel emocional: buscando desarrollar en el menor sentimientos positivos de afecto y empatía hacia los demás, (c) a nivel conductual: generar un cierto grado de autocontrol de impulsos y establecer una comunicación fluida entre ambas partes, de modo que tanto los padres como el menor sean capaces de hablar sin entrar en un círculo de violencia, sepan expresar críticas al mismo tiempo que recibirlas, mostrando sentimientos de afecto y apego, con el fin de buscar una solución conjunta a los problemas que los afectan.
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl – Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)