Esta afirmación, como si estuviera tallada en las tablas de la ley, fue la guía de todos los hombres que por el transcurso del tiempo peinamos canas, Desde la más tierna infancia, nos fue inculcada y grabada casi a fuego en nuestro proceso educativo. Si durante algún juego terminábamos en el suelo con las rodillas sangrantes y peladas, debíamos aguantar el llanto y poner cara de invencibles mientras nos aseábamos, Ni pensar en una lágrima y los deseos de partir a refugiarnos en el regazo de nuestras madres o abuelas debían quedar sólo en nuestros pensamientos.
Siempre se nos inculcó que llorar es cosa de niñas y si en alguna ocasión y producto de una situación mas grave que un pelón de rodillas se nos escapaba un lagrimón, rápidamente debíamos disimularlo o de lo contrario nos veríamos tildados de niñitas y de otros epítetos que en la actualidad resulta peligroso reproducir. Se nos exigía ser estoicos e invencibles, aunque aún no tuviéramos edad para salir solos a la calle. Había que ser “hombrecitos” a toda costa.
A medida que el tiempo va transcurriendo, este dogma de fe es casi imposible de cumplir o respetar, ya que las causas que pueden producir un llanto se han ido multiplicando. Ya no es un simple pelón de rodillas, sino que puede ser el corazón roto por una pena de amor o por la frustración de un proyecto fallado, pero de inmediato surge de nuestra mente una voz que nos exige: los hombres no lloran.
Con el transcurso de tiempo se va descubriendo que los hombres si lloramos, por ejemplo, con la partida de nuestros padres. Experiencia traumática y devastadora que produce un sangramiento total del corazón y del alma y que sólo se puede curar lavándolos con lágrimas e incluso sollozos y que a la postre dejará una herida que permanecerá abierta para siempre, no pasará un solo día que no recordemos a nuestros seres queridos y en muchas ocasiones sentiremos ganas de llorar, pero, los hombres no lloran.
A medida que los años van pasando, los motivos para derramar lágrimas no son frecuentes, pero si la intensidad aumenta. Ante la ruptura de una relación sentimental en ocasiones también las lágrimas fluyen a nuestros ojos y la garganta no permite el paso del aire, pero indefectiblemente tendremos que sacar fuerzas de flaqueza para evitarlas ya que los hombres no lloran.
Pero la verdad es otra, al final de cuentas, los hombres también lloramos. Nos cuesta romper el mandato ancestral, romper las corazas que hemos desarrollado a lo largo de nuestras vidas, pero sin ninguna duda:
Lloramos por la ausencia de una madre,
Por la ausencia de un padre.
Por las mujeres que hemos amado y que nos han roto el corazón.
Por cada uno de nuestros muertos.
Por los desengaños y las traiciones.
Por las injusticias atroces de nuestro entorno y que corroen el alma.
Por las promesas incumplidas y las mentiras justificantes.
Tratamos que no nos vean llorar, que nuestros hijos no se den cuenta y tampoco nuestra mujer, pero cuando el miedo muerde, cuando los amigos fallan y cuando las fuerzas se acaban, en silencio y a escondidas,… los hombres sí lloramos.
José Manuel Godoy Leiva.