Ha sido una semana para el olvido: Ricardo Lagos notificó a Chile de su ostracismo y un voraz e implacable incendio en Reñaca Alto, Quilpué y El Olivar nos enrostró, una vez más, una endeble planificación territorial y frágiles protocolos de evacuación, ya van 131 víctimas fatales y cerca de 15 mil viviendas afectadas, un panorama desolador que exige movilizarnos. Por si fuera poco, el Presidente Piñera ha fallecido de manera inesperada en un trágico accidente en helicóptero. Uno no puede sino conmoverse, sentir como propia la pérdida y deglutir el amargo sabor del duelo. Y es que su deceso no le hace justicia a una vida tan vigente y entregada al servicio público como la suya; pero, claro, usted tiene razón al decir que la muerte nunca es justa y se asoma intempestiva y azarosamente para recordarnos nuestra propia fragilidad.
El Presidente Piñera guardó un profundo respeto por el cargo que detentaba, tenía un sentido del deber y la responsabilidad que comprendió cabalmente y se reflejó en su abnegada entrega a la patria. Habitaba el cargo con lo mejor de sí, esperando que sus colaboradores sintonizaran con ese compromiso. Pese a no tener ninguna necesidad de estar en el mundo público, jamás se desprendió de él, no era un “hobby” ni uno más de sus pasatiempos, sino un genuino deseo de servir que lo acompañó hasta sus últimos días. Nunca se mostró muy cercano y sensible, no llegaba en bicicleta a la moneda ni vociferaba en las marchas adyacentes, la distancia que marcaba era su manera de comprender y cuidar ese pedazo de república del cual estaba investido. En este sentido, no fue un presidente popular. Lo fue de otra manera, a su manera, con gestión y eficiencia, sin la estridencia de las redes sociales ni los abundantes gestos populacheros, ese fue el sello que imprimió como gobernante: gobernar es gestionar, pero gestionar bien. Logró captar mejor que nadie la importancia de dar una respuesta adecuada y oportuna desde el Estado a cada uno de los desafíos que se le presentó por delante: 33 mineros, reconstrucción terremoto 27F, gestión de camas en pandemia y proceso de vacunación. El Estado estuvo presente cuando nos sentíamos vulnerables, ese es el reconocimiento que le da Chile.
No guardó rencores con quienes lo acusaron constitucionalmente dos veces y lo querían llevar a tribunales internacionales por graves violaciones a los DD.HH. Incluso, se prestó a colaborar con ellos en su rol de expresidente. Como gobernante tuvo una especial preocupación por el deterioro de la política, se esforzó por recomponer el espíritu republicano y la amistad cívica: ¿Era necesario asistir a su muerte para lograrlo? Me temo que no, pero este último adiós a Sebastián Piñera también puede ser un bálsamo de esperanza para dignificar y humanizar al adversario político, reconocer legitimidad a lo diferente y pausar esta asfixiante polarización. En esas infinitas filas de personas agolpadas para despedirse del presidente Sebastián Piñera, así como también en ese reconfortante abrazo entre el presidente Gabriel Boric y Cecilia Morel reposa en su esplendor el espíritu republicano que parecía perdido. Cuando vemos desde Vallejo a Kast realizan guardia de honor a “Tatán”, lo que estamos viendo en el fondo es la dimensión humana de la política, pues, como señaló bien Salvador Millaleo: la capacidad para honrar a los adversarios en el momento de dolor es una de las cualidades más específicas que atesora la democracia.