Una enfermedad que, demasiado a menudo, es la continuación de un cuadro de estrés prolongado, es decir, un estrés que se convirtió en una condición crónica de vida y que afecta gravemente –física y mentalmente– a las personas.
Algunos de los numerosos síntomas de este mal incluyen, entre otros: la falta de perspectivas hacia el futuro, agobio y desesperanza, cansancio y desencanto con la vida que se lleva, ideas recurrentes de suicidio, pérdida de la alegría, del entusiasmo e interés por la vida.
Por lo tanto, el hecho de conocer e interiorizarse acerca de estas realidades, puede ayudar a las personas, a la familia y al entorno más cercano del sujeto, a repensar su situación personal y optar por dar un fuerte golpe de timón a su vida, para cambiarle así, el curso ominoso que pudiera estar enfilando su destino.
Si bien no es una tarea que sea sencilla y fácil, el desafío de enfrentarse, manejar y liberarse del estrés y, por esta vía, minimizar las probabilidades de desarrollar una depresión, es absolutamente necesario, especialmente, si consideramos el hecho, que la plaga del estrés se expande por el mundo igual como lo hace un reguero de pólvora: en forma incontenible, dramática y veloz, hasta provocar la explosión final.
Las conductas recurrentes de agresión verbal y violencia física representan, generalmente, el corolario final de un estado de estrés que se hace inmanejable. Es cosa de observar a los automovilistas cuando deben transitar por calles atochadas de vehículos, calles en mal en mal estado, todos tocando la bocina, insultándose unos a otros, o bien, cuando un pasajero intenta ingresar a una estación de metro, donde las personas parecen la viva imagen de una lata de sardinas: diez personas apiñadas y luchando a brazo partido por entrar en un metro cuadrado, donde, a lo más, sólo deberían ir seis personas: el hacinamiento en su máxima expresión.
La parte más dramática de estar sometidos a esta constante “vivencia de estrés”, es que un número apreciable de personas comienza a perder el sentimiento de esperanza de una vida mejor y más satisfactoria, otras terminan por enfermarse gravemente, en tanto que algunas otras atentan en contra de sus propias vidas, porque están convencidas, de que ésta ya no tiene nada bueno y gratificante que ofrecerles y, por lo tanto, no ven una razón valedera, por la cual deban continuar resistiéndose a este impulso autodestructivo, y seguir enfrentando –y sufriendo– una vida poco coherente, sin alicientes, sin sentido ni destino alguno.
Resulta llamativo constatar, que en múltiples ocasiones se produce la conjunción de una serie de factores que desencadenan la toma de una decisión irreversible, entre los cuales, sobresalen el cansancio crónico, la desesperanza, la depresión, el hastío y el aburrimiento, como una verdadera maldición contemporánea, que se hace intolerable para el sujeto afectado, por cuanto, le refleja su estado de vacío e infelicidad interna.
Ahora bien, contrariamente a lo que pareciera ser considerado por muchos como un hecho “normal” y “cotidiano”, la experiencia de tener que vivir en forma habitual una agitada y estresada agenda diaria –donde confluyen, entre otras, la sensación de inadecuación personal, indefensión, la sobrecarga emocional y laboral, la falta de expectativas e infelicidad, el sedentarismo a ultranza, el aislamiento y la soledad– este hecho “no debe aceptarse por ninguno de nosotros como algo natural”, porque simplemente no lo es. Y no cabe duda alguna, que estas situaciones deben –y pueden– ser revertidas y evitadas. ¿Cómo?
A través de intentar dar una nueva mirada –más profunda y curiosamente inquisitiva– hacia lo que pudiera deparar el futuro inmediato de una persona, si es que se mantiene el rumbo actual, complementándola con un mejor nivel de información, formación, reacción y actitud personal, todo lo cual debe confluir para efectos de desarrollar una necesaria cualidad que todos nosotros podemos sacar a la luz: la resiliencia, es decir, aquella capacidad de caerse, sufrir derrotas y aun así, ser capaces de levantarse, sacudirse el polvo y seguir adelante.
El hecho de darse a sí mismo(a) una nueva oportunidad y cambiar el rumbo del tipo de vida que está llevando, es un derecho irrenunciable, y es propio y característico de todo ser humano sensible y reflexivo: éste es el patrón de conducta que debe primar por sobre cualquier otra consideración.
Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl – Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)